Por Maite Vence.
Artículo publicado en: gciencia.com
Tenemos un turismo cuyo objetivo está, como en la mayoría de las otras industrias, y acorde al sistema económico imperante, orientado al crecimiento y a obtener beneficios económicos a cualquier precio, incluso a costa de empeorar la experiencia del propio turista. También a costa de los residentes del destino, y por supuesto, a costa del medio ambiente y de la conservación del mismo patrimonio natural o cultural del que se nutre.
Digamos que el turismo a gran escala lleva años generando rechazo entre residentes y turistas. Y digamos también, que, con esta pandemia y su consecuente crisis económica, lo que antes era una queja generalizada con mucha teoría y buenas intenciones, ahora tendrá que convertirse en un verdadero plan de acción, cuyas estrategias deberían estar definidas y reorientadas hacia un turismo verdaderamente más sostenible social, económica y ambientalmente.
Desde su nacimiento como actividad económica, el turismo ha sido una buena herramienta para la distribución de la riqueza, y aunque lo sigue siendo cuando se planifica, se protegen sus recursos y se regula bien, lo cierto es que existen algunos lugares en los que sus planificadores siguen creyendo que fomentar el turismo de volumen, también llamado “de masas”, es todavía, la mejor estrategia. Pero en contra de lo que pudiera parecer, el turismo de masas no es para los destinos receptores, el más rentable económicamente; solo entre el 5% o 10% del dinero que cada turista gasta, se queda en el destino.
Con todo, las insatisfacciones que presenta el actual modelo turístico, que lleva aparejado el abarrotamiento de muchos destinos, no son sólo las derivadas del problema de exceso de volumen, sino también aquellas relacionadas con su elevada estacionalidad, que sumadas contribuyen a alimentar la sobrecarga en determinados lugares durante unos meses concretos.
Existe una clara descompensación entre destinos turísticos dentro de un mismo país, e incluso dentro de una misma ciudad. En España tenemos, prácticamente, los mismos iconos y estereotipos turísticos que cuando empezó a desarrollarse esta industria. Se siguen promocionado casi los mismos lugares, y los viajeros internacionales, salvo excepciones, siguen queriendo visitar los mismos sitios o regiones y en la misma época del año. Todo esto, conlleva el abarrotamiento de determinados monumentos, calles o espacios naturales más populares.
Las estrategias deberían reorientarse hacia un turismo verdaderamente más sostenible social, económica y ambientalmente
Se podría decir que al turismo de masas le ocurre lo mismo que a la riqueza mundial, que está mal distribuida, y como consecuencia, se generan demasiados desequilibrios: unos destinos están muy masificados y otros apenas reciben visitantes. ¿Por qué pasa esto?
Algunos podrían pensar que es inevitable, que hay determinados puntos de interés en cada país o región que suscitan el interés natural de las “masas”. Iconos ineludibles, monumentos imprescindibles, paisajes de incalculable belleza, que tienen, necesariamente, que ser visitados, porque de lo contrario parecería que nuestro viaje ha sido en valde.
Aunque pueda haber algo de atracción natural, lo cierto es que también hay mucho de marketing y promoción turística, pues los puntos de interés más visitados son, a menudo, el principal y, a veces, único reclamo, para visitar un país o región.
Las políticas turísticas destinadas a la promoción tienden a diversificar poco y a centrar su oferta en aquellos iconos turísticos que representan la imagen de marca de ese lugar concreto, dejando muchos recursos del patrimonio natural y cultural fuera de la principal oferta de destinos.
Generalmente, además, esa imagen de marca, casi única, es perpetuada década tras década sin tener en cuenta que, en muchas ocasiones, fue creada cuando “veranear” comenzaba a popularizarse y el llamado turismo masivo aún estaba lejos de ser un problema.
Cuarenta años más tarde el turismo ha evolucionado en formatos y crecido a ritmos frenéticos, pero la oferta de destinos no ha variado tanto. En cuanto a su crecimiento, se preveía, antes de la pandemia, que el volumen de turistas superase el 4 % anual durante los siguientes diez años. Un ritmo poco sostenible y nada compatible con el calentamiento global, y que ahora en tiempos de pandemia parecería ciencia ficción.
Se preveía, antes de la pandemia, que el volumen de turistas superase el 4% anual en los siguientes diez años: un ritmo insostenible
Los problemas de sobrecarga de algunos destinos, el aumento de presión sobre servicios e infraestructuras públicas, la homogeneización cultural o la creciente insatisfacción de los residentes locales, sumado a los problemas de tipo inmobiliario y ambiental que se estaban generando, son solo algunos de los desequilibrios más conocidos derivados del poco control regulatorio. Antes de la Covid-19, las medidas tomadas para corregirlos eran consideradas, por los expertos, poco contundentes, y la demanda de un turismo más responsable, tuvo, en consecuencia, una respuesta fragmentada. Tan solo una pequeña parte de consultores, empresas y organizaciones realizan proyectos que realmente supongan experiencias auténticas para los visitantes, y en las que se minimicen los efectos negativos sobre los ecosistemas y el patrimonio.
Es, con esta crisis, cuando el cambio en el modelo turístico se vuelve más imperativo, en la medida en que si no se hace, se condena al sector a más pérdidas de las esperadas.
Ahora, más que nunca, el turismo debe basarse en nuevos principios de crecimiento, establecer estrategias donde el cambio climático esté integrado de verdad, y centrar sus bases en la sostenibilidad social y ambiental. La oferta dominante de recursos y de destinos turísticos debería ser ampliada para reequilibrar la demanda y ayudar a evitar las grandes masificaciones que se producen en algunos destinos. El “yo estuve allí” a toda costa, hace tiempo que no era sostenible para muchos, pero ahora, cuando la distancia social es necesaria, resulta inadmisible.
Es la propia configuración del sector, y los paradigmas en los que se sustenta, donde residen los verdaderos problemas. Y es eso, precisamente, lo que con esta crisis tendría que cambiar, a través de una mejor regulación, planificación y aplicando principios que controlen y minimicen los impactos negativos.