Costa Ártabra: Baterías militares de FerrolTerra

Su historia defensiva en tres rutas por Ares, Mugardos, Valdoviño, Cedeira y Ortigueira (A Coruña)

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¿Por qué es interesante este Destino?

Galicia ha sido, desde la Antigüedad, el sueño de expansión de numerosos pueblos: celtas, romanos o suevos. Hasta sus costas llegaron en el siglo X los vikingos y a ellos les siguieron ingleses y franceses. Sus puertos se convirtieron en enclaves estratégicos para la defensa del territorio, pero también para las propias aspiraciones internacionales de lo que hoy es España.

La costa ártabra está físicamente marcada por la historia militar. A lo largo de este espectacular golfo se encuentran vestigios de la necesidad del hombre de protegerse del otro: desde solemnes castillos del siglo XVI a baterías antiaéreas del siglo XX. Las características de esta zona geográfica, unidas a los avatares históricos, configuraron este enclave como uno de los de mayor relevancia para la protección de España.


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El afán del ser humano por descubrir y conquistar es tan extenso como su propia historia. Hasta las costas gallegas han llegado vikingos, franceses, ingleses, holandeses … durante todas las épocas. En el siglo XVI las invasiones piratas se volvieron comunes y hubo de configurarse una red de observatorios que permitiera alertar lo antes posible del ataque.

Ese mismo siglo fue determinante para Ferrol y su área, pues Felipe II lo convirtió en sede de la Armada Real. Esto conllevó la creación del Arsenal y Astillero ferrolano, así como una serie de baterías de defensa en las rías. 

América había sido descubierta y las pugnas por el control del océano Atlántico se habían recrudecido. Se construyen entonces las fortalezas de A Palma y San Martín, que acompañadas del Castillo de San Felipe, al otro lado de la ría, formaron un triángulo de fuego legendario.

Durante el siglo XVII Ferrol pierde protagonismo en las campañas navales, pero en el siglo XVIII la ciudad es declarada capital del Departamento Marítimo del Norte y esto repercute en toda el área ártabra. Se articuló un plan de protección que incluía baterías nuevas, renovación de los castillos obsoletos, etc.

El paso de la centuria lo inaugura una de las pocas batallas que realmente llegaron a enfrentar las defensas de la costa ártabra. En 1800 una flota inglesa desembarcó al norte de la ría de Ferrol, en la playa de Doniños, para intentar llegar a pie al núcleo de Ferrol. El castillo de San Felipe era la defensa más lógica a emplear, pues los ingleses atacaban por este lado de la ría, pero el castillo tenía sus cañones mirando al mar. Fue el castillo de A Palma el que respondió con proyectiles que sobrevolaron San Felipe. El ataque fue breve. Al segundo día las tropas enemigas se retiraron.

El siglo XIX no acababa tan bien para España con la denominada batalla de Doniños o Brión. En 1898 se produce la guerra de independencia de Cuba en la que España se enfrentará también a las tropas estadounidenses. La pérdida de la última colonia causa, además de desanimo en el país, miedo a un nuevo enemigo: la potencia de Estados Unidos. Se proyectan entonces baterías militares como las de Punta Segaño, Montefaro o Coitelada.

Pero el desarrollo de la tecnología militar en el siglo XX será el más rápido de la historia, con nuevos protagonistas: primero, los grandes acorazados, artillados con cañones descomunales; después, los cazas aéreos. La Primera Guerra Mundial (1916-1918) fue clave para la prueba y desarrollo de estas armas, así como la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la propia Guerra Civil (1936-1939), que propiciaron cambios en las defensas constantemente.

El general Primo de Rivera aprobó el ‘Plan de Artillado del Frente Marítimo de las Bases Navales de Ferrol-Coruña, Cartagena y Mahón’ en 1926. De aquí salieron nuevos refuerzos: se instalaron defensas antiaéreas y las armas más potentes con las que había contado nunca las fuerzas militares españolas: los cañones Vickers de 38,10 cm de calibre, cuyo proyectil puede superar los 35 km de distancia y los 760 m por segundo.

No obstante, la mayor parte de las baterías se desartilló a lo largo del siglo XX, pues la costa ártabra nunca llegó a entrar en batalla. Las piezas de estas defensas, en su mayoría, fueron trasladadas a otros puntos de la geografía que se creían más sensibles.

Hoy los restos de las defensas que permanecen guardando la costa ártabra ofrecen un recorrido por la historia y una excusa para visitar un paraje natural con mayúsculas.

Entorno natural

La irregularidad de la costa de Galicia se debe a la presencia de las rías, bahías más largas que anchas, que son prolongación de un río y por las que se interna un brazo de mar, ya sea por motivos geológicos o por la subida del nivel del agua. En las rías confluye el agua dulce de los ríos con la salada del mar, y a esta mezcla se la conoce como agua salobre.

Esta guía abarca el litoral gallego desde Ares hasta Ortigueira, incluyendo cuatro rías que se engloban en la conocida costa Ártabra. Este territorio incluye varias zonas de protección, debido principalmente a su singular orografía, su geología y la biodiversidad que alberga.

Galicia ha sido, desde hace décadas, un punto de referencia para geólogos de todo el mundo, especialmente por la cantidad de remanentes que hay de la formación de Pangea, el último supercontinente. Concretamente, en la costa Ártabra, se encuentra la falla de Valdoviño, que separa dos formaciones geológicas, el Dominio Ollo de Sapo (Zona Centro Ibérica) del Dominio Esquistoso (Galicia-tras-os-Montes), dos de las unidades geológicas en las que se subdivide el Macizo Ibérico.

Esta singularidad geológica trae consigo la aparición de flora endémica, especialmente en zonas dunares, por lo que su conservación es crucial para mantener la riqueza biológica de la zona. Sin embargo, la fauna no se queda atrás. Aquí habitan especies de anfibios y reptiles endémicos del oeste ibérico, pero lo que más llama la atención es su avifauna.

Sin duda, lo que hace de esta zona un paisaje único son sus grandes acantilados, siendo la Serra da Capelada un punto geológico clave, donde se localizan los acantilados más altos de Europa continental, alcanzando los 613 metros de altura.


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