Poco antes de unir sus aguas con el río Bibei, en el municipio lucense de Quiroga, el Sil hace un cerrado meandro al batir con un filón de esquisto. Tras un buen rodeo, el río continúa hacia el encuentro con su afluente. Hace casi dos milenios, donde algunos veían un hermoso paisaje fluvial, la mente de un ingeniero romano trazó una obra que sigue sorprendiendo hoy en día por su brillantez para obtener el preciado oro. Tal fue la fama que consiguió aquella idea de los romanos que, como en tantos otros lugares, quedó huella en la toponimia; Montefurado, también conocido por los vecinos como Boca do Monte, es hoy un lugar de mención obligada cuando se habla de los hitos del imperio en la Gallaecia.
Ya entonces se sabía que en medio de las aguas del Sil, como en el Lor, y en otros montes de esta zona de Galicia, había trozos de oro que podían llenar las arcas del Imperio. Se estima que unas 190 toneladas del metal viajaron hacia Roma desde la provincia, a un ritmo de hasta 7.000 kilos por año, muchas de ellas por la Via Nova que hoy aún se ve en la cercana Ponte Bibei. Era tal la capacidad de prospección de los romanos que muy pocos yacimientos dorados quedaron sin descubrir en aquella época. Y la falta de la dinamita, que no llegaría hasta muchos siglos después, había que tirar de ingenio para que el ser humano pudiera mover ríos y agujerear montes.
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